Sinaloa: sombras en la Universidad de Occidente

Benjamín Bojórquez Olea.

Hay ambiciones que se anuncian con discursos y hay otras —las más peligrosas— que se arrastran en silencio, que operan en la penumbra, que prefieren la sombra porque la luz exige carácter. Ezequiel Avilés Ochoa pertenece, hoy por hoy, a esta segunda estirpe: la del aspirante eterno que no se atreve a decir “no me gusta la competencia”, pero mueve todo para que el camino se le allane.


La osadía de querer ser rector de la Universidad Autónoma de Occidente no es, en sí misma, el problema. El verdadero conflicto está en cómo se pretende llegar. No desde la confrontación de ideas, no desde la claridad académica ni desde un proyecto institucional sólido, sino desde la vieja y gastada práctica de “tirar la piedra y esconder la mano”. Una política universitaria de susurros, cuentas falsas y misiles digitales disparados desde el anonimato para erosionar a otros aspirantes y presentarse, por descarte, como el único impoluto.


Durante años, muchos tuvimos otro concepto de Ezequiel Avilés Ochoa. Se le reconocía preparación académica, tablas administrativas y una imagen relativamente ajena a las cloacas del poder universitario. Pero algo cambió. O quizá siempre estuvo ahí y apenas ahora asoma. Hoy pesa más ese instinto primitivo del poder, esa urgencia por conseguir —al costo que sea— lo que ha buscado por años, aun si para ello debe caminar debajo de las cobijas.


La jugada es tan vieja como cínica: utilizar la sucesión sindical de Raúl Portillo Molina como tablero alterno. Cuidar su salida, apuntalar desde las gradas a Carlos Leal Orosco, venderlo como esperanza sindical y, en el proceso, liberar recursos, cobrar favores y aceitar estructuras para que, llegado el momento, esas mismas manos empujen su nombre hacia la rectoría. Dinero que proviene, paradójicamente, de las cuotas de los propios maestros. El sindicato convertido en caja chica de ambiciones personales por parte de Ezequiel Avilés Ochoa.


Ezequiel Avilés aparece y desaparece como suricato asustado: asoma la cabeza, mide el terreno y, cuando siente el temblor del maremoto, vuelve a esconderse. Su año sabático no ha sido de reflexión académica, sino de proselitismo discreto, de pasillos recorridos, de votos pedidos en corto, de promesas que no se escriben porque no resistirían la lectura pública.


La paradoja es brutal: por muy preparado que esté un académico, los personajes que lo rodean terminan por definirlo. Y hoy, quienes orbitan a Ezequiel Avilés son “non gratos” para la comunidad docente y estudiantil. Operadores desgastados, emisarios del descrédito, criaturas diseñadas para esparcir esquirlas. Jugar sucio no fortalece una aspiración; la debilita. Genera escozor, escarnio y una fractura moral que la universidad ya no puede permitirse.


La UAdeO no aguanta otro rectorado sumiso. La crisis financiera, los desvíos de recursos, las injusticias académicas laborales, la infraestructura abandonada y el prestigio erosionado exigen algo más que intrigas palaciegas. Exigen valentía intelectual y ética pública.


GOTITAS DE AGUA
Al final, Ezequiel Avilés Ochoa no es más que un simple mortal. Pero la academia observa. Y la historia universitaria suele ser implacable con quienes confunden astucia con cobardía.

Veremos de qué cueros salen más correas. Por lo pronto, los maestros universitarios tienen la responsabilidad —ética y política— de mirar más allá de los nombres y preguntarse qué tipo de universidad quieren. Porque el poder que se construye desde la sombra casi siempre termina devorando a la institución que dice querer dirigir.

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