Otros 90 días en el limbo

Juan Manuel Asai.

Desde que Donald Trump asumió el poder le agarramos el gusto a vivir en el limbo. Ni en la gloria ni en el infierno, sino en un lugar intermedio en donde habitan los que se han portado mal, pero no tan mal como para irse al averno, pero al mismo tiempo es un lugar lejos de Dios. El tormento elegido para los que viven en el limbo es la incertidumbre. En esas andamos y ahí seguiremos por un buen rato.

El origen de este problema es que Trump está sorprendido por la imbricación económica y social de México y Estados Unidos. Tres décadas de tratado comercial, más cientos de años de vecindad obligada ha dado lugar a fenómenos nunca antes vistos en la relación comercial entre dos países, por ejemplo, que un mismo vehículo automotriz atraviese tres o cuatro veces la frontera en el proceso de ensamblado. Algo de locos pero que ha dado buenos resultados en ambos lados de la frontera.

Trump no sabe cómo pegarle a México sin que le duela a los Estados Unidos, y entonces le ha costado tomar la decisión final en muchos aspectos. Su discurso incendiario no se traduce en acciones contundentes, aunque de cualquier forma lastima. Si Trump se lanza en serio sobre los trabajadores migrantes mexicanos, los campos y los hoteles de Estados Unidos se quedan sin brazos. Nadie recoge los cultivos, nadie pone las camas. Si a los del ICE se le pasa la mano arrancan revueltas callejeras con banderas mexicanas ondeando en Sunset Boulevard. Si le impone aranceles brutales a México los consumidores americanos pagan los platos rotos.

Va otra muy delicada: si nombra a los carteles mexicanos bandas terroristas internacionales, tiene que lanzarse sobre las armerías norteamericanas por pertrechar terroristas con los fusiles de asalto de última generación y sobre los bancos norteamericanos por lavar en el circuito financiero gringo millones y millones de dólares de dinero sucio cada año. En resumen, Trump está descubriendo sobre la marcha que la relación con México encierra múltiples peculiaridades, que incluye la salud económica de docenas de ciudades norteamericanas ubicadas cerca de la frontera que literalmente viven de las compras de los mexicanos.

De modo que sin dejar de mostrar los colmillos Trump no lanza el ataque definitivo. Pero en algún momento lo hará. Cerradas por inviables muchas opciones, lo que le queda a la mano, para obtener réditos políticos, es lanzar operativos militares unilaterales, con acciones que salgan en los noticieros nocturnos, pero de nuevo no sabe cómo hacerlo sin romper con sus socios del sur de la frontera.

Por esta razón los reflectores de la prensa se dirigen ahora a la probable firma de un acuerdo de seguridad entre ambos países la próxima semana que incluirá temas cruciales como el tráfico de armas, la fabricación de fentanilo, los precursores chinos y la seguridad fronteriza. Va un dato: México ha cumplido en relación al tráfico de fentanilo, pero Estados Unidos se ha quedado muy corto con el combate al tráfico de armas. México no puede, aunque quisiera, meterse en las políticas de venta de armas al interior de EU, donde la aspiración es que cada ciudadano tenga un arsenal en casa, pero sí puede, sí está en su derecho exigir que no se les vendan armas a las bandas criminales que ellos mismos designaron terroristas.

Trump y Sheinbaum acordaron otros 90 días de pausa, otros tres meses en el limbo, ese lugar de impera la incertidumbre y donde deambulan las almas que no pueden experimentar la alegría completa, un lugar que ni siquiera existe en La Biblia.

La Cronica

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