Ricardo Raphael.
“No es normal vivir así en México”. La autora de esta frase es mi compañera de estas páginas, Viridiana Ríos. No podemos normalizar la indecencia, la corrupción, la política mafiosa. El viernes 6 de septiembre del año pasado, Adán Augusto López, coordinador de la bancada de Morena en el Senado, se reunió en lo oscuro con Miguel Ángel Yunes, padre, y Miguel Ángel Yunes, hijo, para conseguir un pacto entre gánsteres.
El acuerdo logrado tuvo una dimensión política enorme. A cambio de que Yunes hijo, entonces senador del PAN, traicionara a su partido y votara a favor de la reforma judicial, López ofreció que sería desestimada una serie larga de denuncias, algunas de ellas fabricadas, en contra suya y de su familia; la más grave contra Fernando Yunes, hermano del senador, sobre quien pesaba una investigación por presunto daño patrimonial durante su gestión como presidente municipal del puerto de Veracruz, la cual fue promovida por Cuitláhuac García cuando fue gobernador.
Adán Augusto López también prometió hacer desaparecer las acusaciones en el ámbito federal contra Miguel Ángel Yunes, el padre, por delincuencia organizada y enriquecimiento ilícito. El primer delito estaba relacionado con las denuncias presentadas por la periodista Lydia Cacho, por su presunta participación en una red de pederastia y trata de personas; la segunda, por supuesto peculado sucedido cuando fue director del Issste.
El ahora senador de Morena, antes del PAN —el otro Miguel Ángel Yunes— también cargaba con una denuncia por uso de documentación falsa, por mentir a la autoridad y por fraude procesal. Como cereza de la negociación Adán Augusto López prometió que, de aceptar, la familia Yunes podría competir por cargos políticos en Boca del Río y Veracruz.
En toda la línea, se trató de una extorsión: o aceptaban el acuerdo o lloverían sobre esa familia todas las torceduras de la ley, hasta aniquilar a sus integrantes.
No fue normal que un político del nivel de Adán Augusto se comportara como líder del crimen organizado, porque así actúan los peores delincuentes que tanto daño le han hecho al país. Sin embargo, el pacto funcionó. A los Yunes no les quedó de otra que traicionar al PAN, entregar el voto que faltaba y con ello salvar el pellejo. Esto sucedió ante los ojos de todo el mundo. Peor aún, ante el festejo del universo criminal que todavía goza de legitimidad política.
Hace unos días el senador Gerardo Fernández Noroña aplaudió la traición de Yunes, el hijo, subrayando que, sin él, la reforma judicial jamás se habría logrado. Traducción: sin la extorsión gansteril ejercida por Adán Augusto, el Poder Judicial no habría sido dinamitado para convertirle en el títere de intereses muy perversos.
La relevancia recién exhibida de la relación entre el senador Adán Augusto López y Hernán Bermúdez Requena, ex secretario de Seguridad de Tabasco —al mismo tiempo, líder de la empresa criminal La Barredora—, obligan a revisar el episodio de septiembre pasado. Tanta similitud entre los modos mafiosos de la extorsión ejercida contra los Yunes y la conducta de Bermúdez Requena son alarmantes.
No fue normal lo primero, tampoco puede serlo lo segundo. Ambas son prácticas criminales que deben ser expulsadas de la vida de nuestro país, si un día queremos recuperar la paz y, no sobra reclamarlo, la dignidad de la política.
Es en este contexto que deben interpretarse las declaraciones del general de brigada, Miguel Ángel López Martínez, jefe de la 30 Zona Militar, quien informó que Bermúdez Requena era un prófugo de la justicia después de haber sido acusado como el líder de la organización que, desde hace tiempo, sometió a la población tabasqueña a una infame ola de violencia.
No fue un acto ingenuo proferir esta acusación pública. Sería contrario a toda lógica que un mando del Ejército tan encumbrado hiciera pública esta información sin asumir que, antes, el general haya contado con autorización para hacerlo. En la cultura militar, un acto así no ocurre por azar. El general tuvo que haber recibido autorización para destapar la cloaca, conociendo las consecuencias políticas de sus palabras.
La cadena de mando que rige a la jerarquía militar obliga a suponer que el mando superior tomó previamente la decisión de abrir una brecha en la política mexicana que iba a alcanzar a Adán Augusto López, amigo de Bermúdez Requena y, por tanto, al ex presidente Andrés Manuel López Obrador, cuya estrechísima relación con el senador morenista es más que conocida.
¿Por qué las fuerzas armadas tomaron la decisión de estallar este misil atómico? Hay antecedentes que apenas comienzan a darse a conocer: Adán Augusto López, desde la época en que fuera secretario de Gobernación, promovió entre los gobernadores afiliados a Morena, a otros mandos policiales señalados por sus vínculos con el crimen organizado.
Fuentes de inteligencia militar aconsejaron a los gobernadores morenistas para que rechazaran esos nombramientos. En cada caso aportaron información sobre las sospechas que pesaban sobre esas propuestas ya que existe evidencia, buena parte publicada por los medios locales, sobre vínculos indeseables con organizaciones criminales.
Cabe por tanto especular que la declaración del general López Martínez haya tenido como intención poner un dique a la injerencia de Adán Augusto López sobre el control corrupto de las instituciones mexicanas dedicadas a combatir a la delincuencia organizada.
De ser así, resulta obligado preguntarse si el liderazgo de las fuerzas armadas actuó como lo hizo por iniciativa propia o solicitó autorización de quien encabeza a ese brazo del Estado mexicano, es decir, a la presidenta Claudia Sheinbaum.
Aunque no debe descartarse, sería muy alarmante que el mando militar haya actuado sin autorización de la jefa del Estado mexicano. Provocar una crisis política en el seno de Morena sin acuerdo con la Presidencia sería un hecho harto preocupante.
Una interpretación alternativa de lo ocurrido indicaría que fue desde la Presidencia que se ordenaron las declaraciones emitidas por el general López Martínez y por tanto que Sheinbaum ya tomó la decisión de romper, no solo con Adán Augusto López, sino también con el yugo político de quien la impulsó para llegar ahí.
No pareciera coincidencia que todo esto ocurra durante el mismo lapso en que, desde la Casa Blanca, Donald Trump haya acusado al gobierno de México de no “desafiar” con suficiente fuerza a los verdaderos líderes del crimen organizado de nuestro país.
Lo “normal” deja de serlo cuando los arreglos políticos
corruptos se vuelven insostenibles. ¿Será que algo así está por fin sucediendo?
Ricardo Raphael Es columnista en el Milenio Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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