Sinaloa: Serapio Vargas: entre la miel y el fango…

Benjamín Bojórquez Olea.

Por más que se maquillen cifras, se compren conciencias o se lancen discursos melosos, la verdad —esa tenaz verdad que siempre encuentra grietas para filtrarse— termina brotando. El caso del diputado Serapio Vargas no es una anécdota aislada de corrupción o abuso de poder; es un espejo donde se refleja el alma enferma de un sistema que premia la simulación y castiga la honestidad productiva.

En un país donde los cañaverales son símbolo de trabajo, comunidad y arraigo, hoy arde una indignación callada entre los surcos. No por la tierra, sino por quienes la explotan —no los campesinos, sino los políticos disfrazados de empresarios. Serapio Vargas, diputado de Morena, se ha convertido en el rostro de una promesa traicionada: la de impulsar la industria azucarera, cuando en realidad solo ha sembrado deuda, amenazas y desilusión.

Porque no basta con hablar bonito en asambleas si se actúa con vileza tras bambalinas. No se puede ser redentor del campo cuando se tiene el alma hipotecada con los intereses más ruines del poder. Serapio GROUP —nombre que pretende sonar empresarial pero resuena como advertencia— no es más que una estructura fallida sostenida por el engaño. Una deuda sin fin. Un sistema de latigazos modernos, donde en lugar de cadenas hay pagarés sin cubrir, amenazas soterradas y obreros que no cobran mientras él juega a ser dueño de algo que no ha pagado.

El colmo de su cinismo fue solicitar dinero prestado al sindicato de trabajadores para arrancar la producción, prometiendo que la venta del azúcar saldaría todo. Hoy el azúcar vale más que nunca, los embarques se han vendido, y aun así los pagos no llegan. ¿A dónde va el dinero? ¿A quién se le paga primero cuando el deudor también es juez, actor y verdugo?

Este tipo de políticos no representan al pueblo, se sirven de él. No son servidores públicos, sino mercenarios del poder, con la investidura de Morena como escudo y los discursos de redención como espada. Pero ni el populismo más refinado puede tapar la podredumbre moral. Serapio Vargas no es un líder social, es un agitador profesional, un actor que interpreta la humildad para luego devorar sin escrúpulos a quienes lo escuchan.

Y aquí entra lo verdaderamente grave: no es solo él. Es el sistema que lo tolera, que lo postula, que lo encumbra. Es la cultura política que permite que un moroso se convierta en legislador, que un explotador se presente como salvador, y que un traidor y coyote industrial del campo se cobije con la bandera de los pobres. Lo que Serapio hace no es nuevo, pero sí es urgente visibilizarlo. Porque cada caña sin cosechar, cada salario impago, cada campesino amenazado, es una herida abierta en el cuerpo de esta nación ya tan acostumbrada a sangrar en silencio.

Urge repensar qué entendemos por liderazgo. Urge que el campo deje de ser botín de campaña. Urge, sobre todo, que la ciudadanía se sacuda la resignación. Porque un pueblo que se acostumbra a estos farsantes, termina cultivando algo más amargo que el azúcar: la impotencia. Y la impotencia, una vez fermentada, se convierte en rabia.

GOTITAS DE AGUA:

Quizá aún no lo saben, pero la rabia también se cosecha. Y cuando llegue el tiempo de la cosecha, que Serapio y los suyos estén listos. Porque la tierra no olvida. Y el pueblo, cuando despierta, tampoco. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos el lunes, si Dios no los permite”…

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